Pocos hubieran imaginado diez años atrás que un candidato que dijese a viva voz lo que hoy afirma Javier Milei, podría tener chances serias de llegar a la presidencia. Sin embargo, está ocurriendo.

El auge de las ideas liberales surgido como un fenómeno impensado hace poco más de cinco años se ha convertido rápidamente en opción de gobierno y, contrario a lo que muchos podrían haber pensado, no lo ha hecho escalando lentamente de jurisdicciones menores a mayores sino directamente apuntando al sillón de Rivadavia. Semana tras semana distintos sondeos dan cuenta de un electorado cada vez más predispuesto a un rotundo cambio de rumbo y mientras oficialismo y oposición se desangran en luchas internas, los sectores políticos liberales parecen ganar terreno firme en la puja electoral en ciernes.

Aun así, la gran pregunta que adquiere mayor peso específico conforme este proceso se consolida, es cuán posible es que un gobierno de sesgo liberal logre ejercer el poder en Argentina y concomitante con ello cuán verdaderamente probable será que este pueda efectivizar las reformas que anuncia. Desde esta perspectiva es interesante considerar cuáles son las amenazas concretas menos discutidas hasta el momento que podría enfrentar un presidente liberal y qué aliados no tan obvios podría tener desde el momento de llegar a la Casa Rosada.

Desde la aparición del fenómeno en Cutral Co a mediados de los años noventa, y potenciado por la debacle que significó el 2001, el movimiento piquetero ha adquirido año tras año una relevancia mayor a lo que usualmente se comunica al gran público, sobre todo dado el hecho de que sectores periodísticos, intelectuales y académicos, los han recubierto irresponsablemente de un halo romántico que esconde lo que verdaderamente representan.

A pesar de ello, esta fuerza profundamente antirrepublicana y manifiestamente antisistema, no ha escondido ni el hecho de ser portavoces de consignas extremas, ni sus lazos con actores internacionales profundamente cuestionados, como tampoco ha evitado ejecutar demostraciones violentas de poder concreto en todo el país, cada vez que lo consideró necesario. Por tanto, si se cumpliese la consigna de desarticular la enorme, oscura e incontrolable madeja de subvenciones que se han implementado de forma creciente con la excusa de la asistencia social, los principales damnificados serían aquellos que lideran estos movimientos y que se han convertido en verdaderos gestores de la pobreza. Un juego de suma cero que difícilmente podría derivar en otra cosa que en creciente conflictividad. En tal sentido y dadas sus características ontológicas, el movimiento piquetero podría ser el mayor riesgo al sostenimiento de la estabilidad política que un presidente liberal, por caso Javier Milei, podría enfrentar al llegar al poder.

Seguidamente, sería lógico considerar la capacidad de desestabilización que podrían ostentar los sindicatos, en sus diferentes variantes, máxime considerando que una de las consignas principales que el liberalismo defiende desde hace años es la desregulación del mercado laboral, orientada a promover el empleo en un país que lleva una década sin generar en lo concreto nuevos puestos de trabajo. En tal sentido, si bien la amenaza es real, lógica y concreta, cabe decir que a diferencia de lo que ocurre con los movimientos sociales en donde la posibilidad de un acuerdo parece imposible, una buena negociación podría llevar al movimiento sindical a apoyar si más no sea tácitamente y por lo bajo, reformas que en la práctica derivarían en un revitalizar del trabajo registrado, lo que en última instancia también resulta sumamente necesario para sus intereses. Máxime esto último, si consideramos que los sindicatos han sido uno de los actores tradicionales que más poder han perdido conforme la marginalidad, la pobreza y la caída del empleo formal fue derivando en la potenciación de los movimientos piqueteros.

Paradójicamente y en tal sentido, un avance negociado y controlado sobre ciertas regulaciones que incluso los propios sindicatos reconocen en diálogos privados como urgentes, podría generar un aliado impensado para un presidente que llegará sumamente necesitado del apoyo de los factores concretos de poder.

Los grupos empresariales no distan de ser también un sector con poder real de fuego y que no necesariamente se verían obligados a apoyar con entusiasmo a quienes postulan un sistema en el cual la ganancia proviene de la inversión y la eficiencia y no de la protección y la connivencia estatal. Si bien existen decenas de miles de emprendedores a lo largo y ancho del país deseosos de aprovechar una potencial baja de impuestos y la desregulación de los mercados, también es cierto que conforme se sube en la pirámide del poder empresario, las políticas liberales suelen producir en el corto plazo la necesidad de atravesar incomodidades que el palenque político evita con menor esfuerzo. En tal sentido, con la excepción del sector agropecuario que se vería rápidamente alentado a mayores niveles de inversión frente a una baja sostenida de los aranceles exportadores y un acceso franco a las divisas extranjeras, cabe esperar que no todo el sector privado acompañe a un presidente decidido a acabar con el juego corporativista que Argentina sufre desde hace décadas.

Es esperable que también la prensa sea una de las amenazas principales a la gobernabilidad. Como advirtió hace casi ya un centenar de años Walter Lippmann, la complejidad de los asuntos públicos demanda por parte de los ciudadanos de a pie un enfoque sencillo y digerible que suele proveer el periodismo en sus diversas formas. Sin embargo, esta mirada jamás está exenta de ideologías, subjetividades e intereses, como pareció querer demostrar hace pocos días Alfredo Casero en el incidente con Luis Majúl. Muestra de ello fue el mancomunado ataque por parte de la prensa en los años noventa a las reformas promercado que el expresidente Carlos Saúl Menem había implementado con palpable éxito durante una década. Si a esto sumamos que una de las consignas que el liberalismo lleva dentro de su potencial plataforma consiste en reducir a cero la pauta oficial, aporte que en la práctica sostiene la estructura mediática en nuestro país, es esperable que la corporación periodística se lance de lleno a inundar el ámbito de la opinión con enfoques negativos sobre la gestión presidencial en el intento de provocar como antaño la llegada de poderes más afectos a sus intereses.

Desde el punto de vista interno, un aspecto desatendido hasta el momento es aquél que advierte de la necesidad de ocupar con tropa propia los distintos cargos a nivel nacional. Un desafío que adquiere ribetes dantescos como supo Mauricio Macri al llegar con una fuerza nueva a la primera magistratura. En aquél entonces, la fórmula aliancista que incluía a partidos como la Unión Cívica Radical, la Coalición Cívica y el Partido Fe, entre otros, permitió sortear la cuestión no sin pocos dolores de cabeza. Sin embargo, si la proyección fuese la actual, un presidente liberal llegaría al poder fuera de cualquier coalición con las principales fuerzas políticas vigentes, lo cual provocaría lógicamente que la resolución del problema se volviese incluso más épica.

Frente a este planteo, algunas voces liberales suelen replicar que la idea de asumir el poder es justamente reducir drásticamente esta cantidad de puestos políticos. Sin embargo, una reforma integral del estado como la que plantean implica el equivalente a una operación quirúrgica a corazón abierto, es decir: con las prestaciones estatales elementales aun en funcionamiento y el liderazgo y la conducción necesaria para que ésta pueda ser llevada adelante evitando el sabotaje que es de por sí esperable. Baste la experiencia de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en intentos equivalentes a finales de la década del 80 para comprender la magnitud del desafío que enfrentará todo aquél que se plantee seriamente la absolutamente necesaria tarea de reducir y eficientizar un Estado criminalmente sobredimensionado y corrompido, en el más amplio sentido de la palabra. La sola idea de plantearse este objetivo sin los recursos humanos necesarios debiera provocar enorme preocupación en los equipos técnicos que acompañan hoy a estos candidatos.

Movimientos sociales, sindicatos, prensa y carencia de equipos propios, son cuatro amenazas que van más allá de la discusión cotidiana que suele girar únicamente en torno al apoyo o no de otras fuerzas políticas dentro del Congreso. Sin embargo, a pesar de todo lo anterior, los liberales parecen más confiados que nunca en poder llegar a conducir efectivamente las riendas del país y propiciar la perentoria reforma de todos aquellos aspectos que han subsumido a Argentina en un proceso de degradación sin precedentes. Y cuando alguien les recuerda algunas de estos y otros tantos desafíos, suelen recurrir al latiguillo que casi se ha convertido en lema de campaña; aquél que proviene de Macabeos 3:19 y reza con firmeza que en una batalla, la victoria no depende del número de soldados, sino del poder que viene del cielo.